Mochilero Trotamundos

Las islas Trobriand desde otro prisma

Madre del amor hermoso a dónde nos vamos hoy.

La elección del sitio que vamos a ver viene de un pensamiento que a veces me viene a la cabeza. ¿No te ha pasado alguna vez que viajando por el mundo occidental te parece “todo” un poco lo mismo? Pongo todo entre comillas porque obviamente hay muchas diferencias entre, qué se yo, Noruega y Grecia, o Portugal y Polonia. Bien lo saben lo que se bañen en sus aguas. Cada uno de estos países ofrece una serie de paisajes, rutas, entornos naturales, comidas e historias distintas. Pero aunque así sea de diverso, sigue habiendo un nexo común tremendo (y no me refiero a las ciudades ya globalizadas con sus avenidas calcadas llenas de idénticas tiendas, que también), sino que grosso modo, tenemos todos la misma forma de pensar, los mismos valores. Sí, “””””un español será más dicharachero que un alemán“”””” (recalco los millones de comillas), pero vemos la vida desde el mismo ángulo. En ningún momento quiero retratarlo como algo negativo, al fin y al cabo es el pensamiento occidental heredado. Qué se le va a hacer. Sí me da pena en cambio, ese ombliguista desconocimiento, a veces incluso a propósito, de cómo ven o entienden otros la vida. Sobre todo teniendo en cuenta que nos autoproclamamos abiertos de miras y tolerantes. ¿No se viaja acaso para conocer, para descubrir ese lado oscuro del mundo que nuestro ángulo no nos permite ver?

Por eso mismo nos vamos hoy a un sitio donde la gente que ha oído hablar de España, de Los Simpsons o de internet son los menos. Es más, les importa un mojón. Estamos en uno de los sitios menos turísticos del mundo y a la vez el país más lingüísticamente diverso, y donde aún podemos encontrar indígenas llevando la vida que siempre han llevado. Tierra de magia negra y hechizos. ¡Bienvenidos a Papúa Nueva Guinea!

¿DÓNDE QUEDAN LAS ISLAS TROBRIAND?

 

QUÉ TIENE DE ESPECIAL

Mucho. Sin embargo hoy nos vamos a centrar en las Islas Trobriand, parte del país y situadas en el mar de Salomón. Sobre Papúa Nueva Guinea sólo diré, a modo de contextualización, que se trata de una nación de más de 7 millones de habitantes, donde el 80% de ellos vive en medios rurales. Fue colonizada por alemanes, británicos y holandeses, y está situada en una zona especial del planeta: en pleno Cinturón de Fuego del Pacífico. Aquí nunca te aburres, y es que lo tienes todo: volcanes, terremotos y tsunamis.

Increíblemente virgen, Papúa Nueva Guinea tiene de tóDesde paisajes volcánicos a canguros (no sé por qué me haces gestos para que me calle, Australia), pasando por arrecifes de coral a tutiplén y caníbales. No es coña, un Rockefeller desapareció allí. Y con 23 añitos. No se encontró  de él ni un solo pelo. Estaba grabando un documental sobre la zona, quiso hacerse el guay y se separó de la expedición en la que iba. Los Asmat, la tribu caníbal, debieron confundir lo de que era jodidamente rico con que estaba jodidamente rico y claro, se les hizo la boca agua. Como cuando te dicen que hay tarta l’abuela. Por hablar de los distintos ángulos de percepción del mundo que mencionaba al principio, esta gente utiliza los cráneos de su menús como almohada. Nunca lo he probado pero, ¿por qué no?

También puedes encontrar allí a los personajes de la foto principal, los hombres de barro.

Por último, antes de meternos en las islas: es muy fácil confundirse, pero Papúa, Nueva Guinea, Nueva Guinea Occidental y Papúa Nueva Guinea son cuatro cosas distintas. Por no hablar de Guinea. A ver si no lo hago más complicado:

Nueva Guinea es la segunda isla más grande del mundo (tras Groenlandia), dividida en dos mitades casi iguales. Luego no es un país, es una isla. En la mitad izquierda está Nueva Guinea Occidental (o Papúa Occidental), región que pertenece al país de Indonesia. Esta región está compuesta por dos provincias, una que se llama Papúa Occidental (sí, como la región), y otra que es Papúa (a secas). Por tanto estas dos provincias también forman parte de Indonesia. Y en la mitad derecha de la isla de Nueva Guinea, está el país que estamos viendo, Papúa Nueva Guinea. El original nombre de Nueva Guinea, por cierto, lo introdujo un español (¡ay dios mio!), un tal Íñigo Ortiz de Retes que en el siglo XVI llegó aquí, y como vió que esta gente era negra como los de Guinea (en África, no confundir con Guinea Ecuatorial, donde por cierto, hablan español; ni con Guinea-Bissau), pues hala, Nueva Guinea. Y tan pancho.

Trobriand. O como occidente las llama en su infinita cursilería, las islas del amor. Ay, par favar… Obviamente Trobriand suena francés que te cagas, y no es el nombre con el que ellos mismos se llaman (endónimo), sino que para ellos es Kiriwina. Pero bueno, vamos a usar aquí el nombre europeo, más que nada porque es el último dato que he encontrado mientras escribía la entrada y no tengo ganas de cambiar cada vez que he escrito Trobriand.

Los habitantes de Trobriand son increíblemente interesantes. Supongo que el primer motivo, y por el que son más famosos (tómese esta palabra con pinzas) es por su visión del sexo. Aquí todo el mundo puede tener todas las parejas que quiera. Antes, durante o después del matrimonio, lo mismo da. Y por esto mismo es por lo que llaman a este sitio islas del amor. En el asiento de enfrente encontrará usted la bolsa para vomitar.

Como te puedes imaginar, en una sociedad así se mean de la risa ante nuestro concepto de virginidad. Para ellos no vale nada. Pues bueno, ¿y qué? Allí el sexo es lo más normal del mundo y por eso desde bien chiquitines aprenden sobre los métodos anticonceptivos como aprendemos aquí el ciclo del agua (bueno, me sé de uno que…). La verdad, no sé cómo se lo montarán, porque irónicamente, los condones brillan por su ausencia en la isla. Y sí, la teoría está muy bien, pero los datos muestran que el VIH se mueve por allí como pez en el agua (por lo visto lo introdujeron unos turistas australianos).

Por otro lado, y también en teoría, allí hay igualdad sexual: cada uno, hombres y mujeres, tiene tantos amantes como quiera. Eso sí, si vas a hacerlo con otra persona distinta a tu habitual tienes que irte a la cabaña habilitada para ello, el bukumatula o picadero. Desconozco si hay homosexualidad, no lo he visto mencionado en ningún sitio. Pero un dato interesante es que las mujeres son libres de rechazar a aquellos hombres que no les hagan tilín, y aquí paz y después gloria. Vamos, que no hay nada impuesto. No solo eso, sino que además cuando se tienen hijos, estos pasan a ser del clan familiar de la madre. Allí el padre no pincha ni corta mucho, sirve para cazar, pescar, despiezar al cerdo y cocinar (las mujeres también cocinan). Por no ser, no son considerados ni padres, ya que se cree que el hombre simplemente prepara a la mujer para el embarazo pero ahí quien va dejando semillitas y poniéndose fino es el espíritu Baloma, el verdadero padre. No veas.

¿Y con todo este mezclete de relaciones no hay celos? Claro que sí, y vamos a ir viendo ahora poco a poco la parte más oscura de todo esto. Si buscas información de las islas Trobriand todo se resume en que allí todo el mundo se arrejunta con todo el mundo, y que todas las disputas (tierras, celos, etc…) se solucionan con partidos de criquet (!!!). ¡Qué bonito, Vidalito! Sí y no. Esta gente tiene muy mal perder, y en el momento en que un partido acaba y hay un ganador y un perdedor, se crea una enemistad entre ambas partes que dura generaciones. En unas islas de poco más de 20.000 habitantes, con unos 500-600 en cada aldea, estas rencillas se notan mucho. De hecho, estos isleños son bastante beligerantes y se pelean bastante, razón por la cual se les prohibió la guerra y se les impuso resolver los conflictos mediante el críquet (adivina quién lo hizo). Eso sí, un críquet sádico y a hostia limpia. Por otro lado, y según Katherine Lepani, autora de Islas del amor, islas del riesgo: Cultura y VIH en las Islas Trobriand y casada con un papú (ese es el gentilicio, ni papuano, ni papúo) de las islas, los hombres pueden tener amantes no sólo de su aldea, sino de las vecinas también. Las mujeres en teoría también, pero si lo hacen corren el riesgo de ser golpeadas por los habitantes de su propia aldea. Lepani también menciona que si una pareja está en una relación larga (buf, define larga) y la mujer se ve frecuentemente con otros hombres, el “novio” no solo puede castigarla físicamente, sino que está en su derecho. Y adivina qué, al revés no ocurre. Ignoro si esta gente tiene leyes escritas, pero parece obvio que de tenerlas son bastante interpretables.

Como curiosidades, aunque en Papúa Nueva Guinea se introdujo la moneda en 1922 (antes se pagaba con conchas de mar), en Trobriand se sigue pagando sin dinero. La moneda allí son yams (un tubérculo) y hojas de banana. A cuánto está el cambio con el euro, ni idea. Además, las distintas aldeas están tremendamente aisladas, y en ocasiones apenas hay siquiera contacto entre ellas, por lo que no esperes que sepan absolutamente nada del mundo exterior. Muchos no han visto un blanco en su vida, y aún así, consideran la piel blanca extremadamente desagradable (al menos estéticamente. Gastronómicamente parece otro cantar, visto lo de nuestro Rockefella).

DE VIAJAR NI HABLAMOS, ¿NO?

ueno, Papúa Nueva Guinea ya es de por sí bastante inaccesible. De hecho una de las atracciones de los papús de Port Moresby, la capital, es reunirse en el aeropuerto para ver quién llega en el único vuelo semanal que llega. A las Trobriand puedes llegar también en avión haciendo escala en Alotau, o si lo prefieres, desde Alotau puedes llegar en barco. No hace falta que diga que las infraestructuras turísticas aquí son, no escasas, sino inexistentes. Tienes algún que otro tour para “conocer” nativos y dos resorts con sus respectivos restaurantes. Punto. Todo lo demás es aventura por tu cuenta y riesgo. Si has llegado hasta aquí y estás todavía pensando en los caníbales, déjame recordarte que los Asmat se encuentran en la isla de Nueva Guinea. En Trobriand no hay caníbales. Creo.

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